Las sociedades europeas y los gobiernos de la UE están siendo divididos por la crisis de los refugiados. Por un lado, muchas personas expresan de manera práctica su solidaridad con la pobre gente que arriesga su vida y a veces muere en su esfuerzo por encontrar un refugio en Europa. Por otro lado, muchos están muy preocupados por las repercusiones que un flujo masivo tal tendrá sobre las sociedades europeas. A veces, esta “ira” toma formas bárbaras, como cuando ciudadanos alemanes celebran el incendio de un edificio para refugiados. O se traduce, como en Dinamarca, en una política de Estado que les roba.
Ambas corrientes de la opinión pública tienen en realidad algún razón (no hablamos, por supuesto, de los delitos contra los refugiados o los inmigrantes). Los refugiados y los inmigrantes merecen toda nuestra solidaridad si deseamos seguir siendo seres humanos. Especialmente de los que hemos apoyado, o no nos opusimos suficientemente, a las intervenciones militares en sus países, las cuales los han convertido en refugiados (o a las políticas económicas y “climáticas” que los convirtieron en inmigrantes). Aún así, ¿es realmente una solución, para ellos y para nosotros, tener la mitad del Oriente Medio y África emigrada a Europa, con el fin de evitar las consecuencias de los desastres que hemos ayudado a acumular en sus países? ¿Habiendo contribuido tanto a destruirlos, vamos ahora a completar el proceso con la emigración a Europa de sus ciudadanos mejor educados y más activos? ¿Cuál es la solución adecuada a este difícil problema, que ya está amenazando la cohesión, si no la existencia misma de la UE?
Es obvio, al mismo tiempo, que tanto la crisis de los refugiados y las amenazas terroristas, y también la confusión generalizada acerca de las raíces de estas crisis y de las posibles vías de salida, se utilizan para influir de manera radical en la política europea, por parte de las mismas fuerzas totalitarias, como los neoconservadores y sus aliados, que son las principales responsables de su creación. Especialmente mediante el diseño de las intervenciones militares en el Medio Oriente, a través de su influencia en los gobiernos estadounidense, francés, británico y de otros estados y gobiernos. ¿Quién podría haber imaginado, hace tan sólo unos meses, que un país como Francia, la patria y el símbolo de la libertad europea durante los últimos siglos, consagraría la ley marcial en su Constitución?
Para hacer frente a la situación sin ser destruida en sus fundamentos y mantener su cohesión, unidad, posibilidad de independencia, pero también su propia democracia, Europa tiene que hacer dos cosas en el corto plazo. En primer lugar, organizar el alojamiento para las personas que ya han cruzado sus fronteras, y hacerlo de una manera justa y equitativa entre los miembros de la UE. En segundo lugar, ejercer la presión necesaria sobre Turquía para detener el flujo de refugiados a Grecia y ayudarles donde están ahora, siempre y cuando no existan condiciones para un retorno seguro a sus países. Tal política es ahora absolutamente necesaria. Aún así, no es suficiente.
También tenemos que revertir radicalmente el actual curso en el Oriente Medio. Tenemos que dejar de desestabilizar cualquier potencia independiente en Oriente Medio, tenemos que ayudar a detener de inmediato la guerra en Siria, necesitamos una ayuda económica masiva para permitir la reconstrucción de los países que hemos demolido o ayudado a demoler. A largo plazo necesitamos también ejercer la presión necesaria para lograr una solución al conflicto palestino-israelí.
Mucha gente dirá que todo esto es muy bonito, pero poco realista, “utópico”. Bien, podemos tratar de evitar este tipo de políticas. Pero debemos ser conscientes de la alternativa real. Y la alternativa real es la de importar a Europa el caos de Oriente Medio, permitiendo al mismo tiempo a las mismas fuerzas que lo provocaron, que puedan continuar su labor destructiva (y, en realidad, imponer su régimen) en nuestro continente.
Dimitris Konstantakopoulos